Guest post: Ivan Carnicero: Los peligros de un mal naming
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Parece que el idioma que hablamos influye en algunos rasgos de nuestra conducta. O al menos así lo afirma un estudio realizado por Keith Chen, un economista conductual, y publicado en la American Economic Review. ¿Estamos predestinados a comportarnos de una manera u otra dependiendo del idioma que hablemos? Si nos preguntasen algo así seguramente responderíamos que hay personas para todos los gustos vayas a dónde vayas.
En concreto, este estudio se centra en cómo planifican las personas sus estrategias a la hora de afrontar el futuro dependiendo de cuál sea su lengua materna. Y la verdad es que los resultados son bien curiosos, a la par que lógicos (si generalizamos un poco, aunque no esté bien hacerlo).
La cuestión es, en teoría, bastante sencilla. Hay idiomas que presentan marcas de futuro (es decir, que distingan claramente entre presente y futuro) y otros que no. Los primeros no son tan propensos a ahorrar como los segundos.
Este último grupo de personas procurará hacer pequeños sacrificios en el presente que en un futuro se verán recompensados. Y lo mismo ocurre con cuestiones como la salud. Quienes ahorran más, también se cuidan más. Así, el idioma que hablamos influye en nuestra manera de ahorrar y de cuidarnos.
La causa de esto es que el idioma no solo determina la manera de expresarnos. También condiciona la manera de concebir el mundo y la vida. En definitiva, la manera de vivir. Por esta razón, los que tengamos muy marcada la diferencia entre conceptos como presente y futuro nos centraremos más en el presente y no nos preocuparemos tanto por las consecuencias que nuestros actos tendrán en el futuro, ya que este aún queda lejos.
Sin embargo, cuando los conceptos se difuminan, la diferencia, si la hay, es tan mínima que las repercusiones de los actos son inmediatas o están siempre presentes, hay una constante. No existe esa idea de que ahora somos una cosa y dentro de veinte años seremos una distinta.
De todas maneras, el idioma que hablamos influye en nuestra perspectiva en muchos más aspectos. La capacidad de algunos idiomas para distinguir entre distintos tonos de colores, distintos tipos de nieve, o distintos tipos de lluvia, dejando en evidencia el vocabulario que otras lenguas puedan tener sobre estas mismas cosas es un ejemplo bien conocido.
Y esto nos lleva, inevitablemente, a la traducción. Muchas veces se cae en el error de pensar que traducir es simplemente cambiar las palabras de un idioma por sus supuestos equivalentes en el idioma de llegada, pero no es así.
Se trata de interpretar y transmitir sentidos, no palabras. Por eso es tan difícil que una máquina o un software de traducción ofrezcan traducciones de calidad, porque el factor humano, y el factor profesional, como siempre recalcamos en Ontranslation, es imprescindible.
Y, volviendo a lo de antes… ¿Vosotros vivís el presente o planificáis el futuro?
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Un idioma pobre produce individuos de pobre condición por qué lo que no está en el idioma no se puede pensar, produce gente más primitiva: más egoista, mas miserable, más utilitarista, en definitiva con un orizonte estrecho.