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La traducción del humor típico de tu país natal deja a todos tus amigos extranjeros con cara de póker. Es una situación que muchas personas que han tenido una experiencia internacional han vivido. Y no es extraño, ya que traducir un chiste no es suficiente para que este haga gracia en otro contexto.
El humor tiene un fuerte componente cultural, y la traducción del humor es un arte (o una tortura) al que los profesionales deciden enfrentarse de diversas maneras. En algunas ocasiones el mensaje original se adapta, modificándolo, para que cale en los receptores de la lengua de destino (como suele ser el caso del doblaje en películas). En otras, se omite la traducción (manteniendo la lengua origen) o se lleva a cabo una traducción literal, añadiendo una explicación.
Traducir contenido humorístico supone enfrentarse al enorme reto de transmitir el impacto de este mecanismo que sirve para romper los esquemas preestablecidos, marcos mentales que nos ayudan a actuar en nuestro día a día.
Que una señora de ochenta años diga algo propio del lenguaje de un adolescente nos hace gracia, y los vídeos de deportistas profesionales cayéndose en competiciones se viralizan en las redes. ¿Por qué? Porque estos actos traspasan los marcos de conducta con los que una mayoría de la sociedad entiende y normaliza su día a día. Pero estos esquemas son culturales, por eso la traducción del humor y, en general, la traducción de productos culturales, es tan complicada.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos en las películas. Todos hemos sufrido al típico o a la típica purista que afirma que los gags de Trainspotting o de Annie Hall no tienen ninguna gracia si no los vivimos en versión original, pero como probablemente la mayoría no estamos familiarizados con el contexto outsider y adicto del Edimburgo de los 90 entender el humor en versión original puede resultar muy complicado.
En muchas ocasiones, sobre todo en el cine, los chistes y el perfil humorístico de un personaje se adaptan a la cultura meta. Por eso Mikey Forrester, un personaje de Trainspotting con bastante carga cómica (interpretado, por cierto, por Irvine Welsh, autor del libro en el que se basa la película) fue doblado por Santiago Segura, al que todos en España conocemos y asociamos con la comedia.
De todos modos, en la traducción del humor no todo son rompecabezas imposibles. La globalización actual, y la internacionalización de algunos tópicos culturales que vienen, en su mayoría, de Estados Unidos, ha llegado a crear una cultura compartida.
Por eso, la mayoría entendemos lo que Woody Allen quiere decir en Annie Hall cuando afirma que «en Beverly Hills no tiran la basura, la convierten en televisión». En este caso, la traducción no es necesaria: apela a esa cultura global occidental que el público español comprende, por lo que la traducción audiovisual se vuelve más sencilla.
En el caso de los libros la cosa cambia. Estos son un producto cultural que se consume de una manera más sosegada, y cuyos receptores están dispuestos a invertir un tiempo mayor al que se invierte en el caso del cine.
En muchos casos quien ve una película o una serie busca únicamente entretenimiento, mientras que quien lee un libro puede ser que también busque ampliar su conocimiento, y considere placentero entender la cultura de otro lugar.
Con esto no queremos decir que no haya cultura cinematográfica o libros con el único fin de entretener, sino que el público mayoritario de un arte y de otro es diferente en el modo de acercarse al producto cultural.
Por eso, los editores y traductores en ocasiones se aseguran de no eliminar la esencia del original. Es común que, en el caso de los libros, la traducción del humor sea literal o incluso inexistente, y que se mantenga la expresión en el idioma original como táctica para generar conocimiento a partir de la explicación extra que se nos ofrece en forma de nota.
Esto, obviamente, no sería posible en un doblaje para una película (otra cosa es si la película está en VO con subtítulos).
La traducción del humor supone un proceso de adaptación cultural que no resulta sencillo en ningún caso. En ella, además, se deben tener siempre en cuenta el formato y canal al que va dirigida. No es lo mismo el público del cine que el de la literatura, y debemos actuar en consecuencia.
Se trata de un trabajo que solo los profesionales más creativos y con más conocimiento de las culturas origen y meta pueden llevar a cabo con garantías.
¡Confía solo en profesionales si no quieres que las risas las provoque hacer el ridículo!
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